viernes, 11 de septiembre de 2009

Maiacovsky, un poeta de los tiempos que vendrán




Maiacovsky es el típico caso de artista, al cual si no se lo conoce en la intinidad de su estrella, no se lo podrá dimensionar jamás en la totalidad de su esplendor. Lo mismo me pasó con Raúl González Tuñón: conocía sus versos pero nada, simplemente quedé deslumbrado cuando conocí sus vidas. En ambos casos estos poetas (excelsos y grandiosos) combinaron su ser poeta, con la búsqueda original y vanguardista, epro por sobre todo, con una vida de verdaderos revolucionarios.

Esta coherencia es lo que explica el casi olvido de ambos... y si no es olvido (que no lo es) es al menos intento de minimizar algo que de tan paradigmático es molesto... ya que justamente esa coherencia, esa genialidad, esa verdadera calidad revolucionaria, es lo que pone en evidencia, tanta incoherencia, tanta mediocridad, tanto oportunismo. Maiacovsky fue un verdaero revolucionario (de la vida y del arte), no voy a hablar mucho de él ya que al final voy a transcribir una introducción que hice a algunas de sus obras... escuchémosle decir esos versos que tanto hablan de él, e imagínense su voz tribunalicia sobre un escenario ante las masas del pueblo.

Orden núm.1 a los Ejércitos del Arte[1]

La brigada de los viejos repite sin cansarse

y la cantinela es siempre la misma:

¡Camaradas,

a las barricadas!

Yo digo:

barricadas del alma y del corazón.

Yo digo:

sólo es comunista verdadero

aquel que quema los puentes de la retirada.

Es poco marchar, futuristas

hay que saltar al futuro.

Construir un tren es poco.

(Ajusto la rueda y listo.)

Si la canción rebelde no levanta a los pueblos

¿para qué sirve el cambio de marcha?

Apilan sonido tras sonido

y siguen adelante, cantando y silbando.

Hay todavía letras muy lindas

U

R

S

S

Es poco construir un par de calzado

o coserle los galones al pantalón.

Todos los diputados no moverán los ejércitos

si los músicos no comienzan la marcha.

Algunos sacan a la calle los tambores

al piano lo suben a los altos.

Yo digo:

que el tambor cubra el sonido del piano

pero que lo cubra a estampidos

más fuertes que un trueno.

¡Basta de verdades baratas!

¡Arrancad lo viejo del corazón!

Las calles son nuestros pinceles

las plazas son nuestras paletas.

En el libro del tiempo

aún no han sido cantadas

las mil páginas de la revolución.

¡A la calle futuristas

tambores y poetas!



[1] Escrito en 1918


Conversación sobre la poesía con el inspector de impuestos a la literatura

¡Ciudadano inspector! Perdone que le moleste.
Gracias..., no se preocupe..., me quedaré de pie.
Mi asunto es de carácter delicado:
sobre el lugar del poeta en una sociedad de trabajadores.
Junto con los propietarios de tiendas y propiedades agrícolas,
estoy sujeto también a impuestos y penalizaciones.
Me reclama usted quinientos por el semestre
y veinticinco por no presentar mi declaración.
Mi trabajo es como cualquier otro trabajo.
Fíjese: mire qué pérdidas he tenido,
qué gastos tengo en mi producción,
y cuánto se gasta en materiales.
Usted sabe, por supuesto, lo del fenómeno llamado «rima».
Supongamos que un verso acaba con la palabra «giro»;
entonces, dos versos después, repitiendo las sílabas,
ponemos algo así como «tiroriro».
En el lenguaje, la rima es como un pagaré
que vence dos versos después —ésa es la regla—.
Y uno busca la calderilla de sufijos e inflexiones
en la saqueada caja de las declinaciones y conjugaciones.
Empieza uno incrustando una palabra en un verso,
pero no encaja —se la fuerza y se rompe—.
Ciudadano inspector de impuestos, le doy mi palabra:
las palabras le cuestan al poeta mucho dinero.
En nuestro lenguaje la rima es un barril:
un barril de dinamita. La rima es una espoleta.
El verso se deshace hacia el final y estalla:
y la ciudad salta al cielo volada en una estrofa.
¿Dónde va a encontrar, y con qué tarifa de valoración,
rimas que apunten y maten de un solo disparo?
Quizá queden cinco o seis rimas sin usar
solamente en algún sitio como Venezuela.
Y así tengo que visitar países cálidos y fríos.
Allá me precipito, enredado en pagos sobre anticipos y préstamos.
¡Ciudadano! Admítame mis gastos de viaje.
La poesía toda ella es un viaje a lo desconocido.
La poesía es como sacar radium de la tierra:
por cada gramo se trabaja un año.
Por una sola palabra se gastan
miles de toneladas de ganga verbal.
Pero ¡cuánto más calor sale de la combustión de esas palabras
que del derretimiento de un crudo material verbal!
Esas palabras ponen en movimiento
millones de corazones durante miles de años.
Claro, hay diferentes clases de poetas.
Muchos poetas tienen un toque delicado;
como hechiceros, sacan versos de la boca;
de la suya y de la de los demás.
¡Para no hablar de los eunucos líricos!
Ésos deslizan un verso prestado y se sienten felices.
Ésa es una forma normal de robo y fraude,
una de las formas de especulación dominantes en el país.
Esos versos y odas, aullados
y sollozados hoy entre aplausos,
quedarán en la historia como los gastos generales
para lo que hemos conseguido dos o tres de nosotros.
Hay que comer cuarenta libras de sal (como dice el proverbio)
y fumar cien cigarrillos
para extraer una sola palabra preciosa
de las profundidades artesianas del hombre.
Así en seguida queda reducida mi evaluación de impuestos...
¡Tache un cero, como una rueda, de mis impuestos!
Un rublo noventa, por cien cigarrillos;
un rublo sesenta, por la sal de mesa.
Su impreso tiene un montón de preguntas:
«¿Ha viajado por negocios? ¿O no?»
Pero ¿y qué, si he dejado exhaustos diez Pegasos,
a fuerza de cabalgarlos, en los últimos quince años?
Y aquí en esta sección —póngase en mi caso—
hay algo sobre servidores y fincas.
Pero ¿y si soy el conductor del pueblo
y al mismo tiempo el servidor del pueblo?
La clase obrera habla por nuestras bocas,
y nosotros, proletarios, somos los que empujamos la pluma.
Con el paso de los años uno desgasta la maquinaria del alma.
La gente dice: «Hay que retirarle: se ha gastado escribiendo; ¡ya es hora!»
Cada vez hay menos amor; cada ve, menos osadía,
y el tiempo se estrella contra mi frente.
Llega la hora de la más terrible de las amortizaciones:
la del corazón y el alma.
Y cuando el sol, como un cerdo cebado,
se levante sobre un futuro sin mendigos ni inválidos,
yo ya me habré podrido, después de morir junto a una tapia,
junto a una docena de colegas.
Extienda mi hoja póstuma de balance.
Declaro aquí —y sé que es cierto, no miento—:
comparado con los traficantes y los listos de hoy,
sólo yo estaré endeudado hasta el cuello.
Nuestra obligación es resonar como trompetas de broncínea garganta
en la niebla del filisteísmo y en las tormentas que se incuban.
El poeta siempre está endeudado con el universo,
pagando interés y penalizaciones sobre la tristeza.
Estoy en deuda con las luces de Broadway;
con vosotros, cielos de mi pueblo;
con el Ejército rojo; con los cerezos de Japón;
con tantas cosas sobre las cuales no he tenido tiempo de escribir.
Pero, después de todo, ¿para qué sirve todo esto,
apuntar con la rima y enfurecerse en ritmo?
La palabra del poeta es la resurrección de usted,
su inmortalidad, ciudadano burócrata.
Dentro de siglos, tome un verso
en su marco de papel y haga volver atrás el tiempo.
Y el día de hoy, con sus inspectores de impuestos,
su fulgor de milagros y su hedor de tinta, volverá a amanecer.
Inveterado residente en el día de hoy,

consiga un billete para la inmortalidad

en el Comisariado Popular de Comunicaciones,
y, tras de calcular el efecto del verso,
¡distribuya mis ganancias a lo largo de trescientos años!
Pero el poeta es fuerte no sólo porque,
recordándole a usted, a la gente del porvenir le dará hipo.
¡No! Hoy también la rima del poeta es una caricia,
una consigna, una bayoneta y un látigo.
Ciudadano inspector de impuestos, tacharé
todos los ceros de sus cifras y pagaré cinco rublos.
Pido como un derecho una pulgada de sitio
en las filas de los más pobres trabajadores y campesinos.
Y si creéis que lo único que hago
es usar las palabras de los demás,
entonces, camaradas, aquí tenéis mi estilográfica:
¡podéis escribir con ella vosotros mismos!


yo estuve hablando con él y le dije estas palabras como adhesión a su actitud y el agujero de la bala por donde se le fue la vida


Tovarish

“sólo es comunista verdadero

aquel que quema los puentes de la retirada”

V. Maiacovski

Estoy con usted

totalmente de acuerdo

la revolución no es para pendejos

tampoco para burócratas de meditadas palabras

de irrefutables sentencias

de encallecidos culos varicosos

la revolución necesariamente, ha de ser otra cosa

y es bueno no olvidarlo

(el fin no justifica los medios,

ni la mediocridad merece ser repartida, no es así?)

por eso es bueno y necesario

discurrir sobre estos temas, camarada Vladimiro

no sea cosa que la esperanza decida igual que usted

escurrírsenos por el agujero silente de una bala

creo que es muy difícil seguir fiel hasta el final

a aquello que pensábamos desde un principio

y es que si la revolución no es un acto de la más absoluta justicia

de exacerbada locura

un síntoma de mínima humanidad

un gesto ético de tierno heroísmo

de que carajo nos sirve la revolución?

“el ser social determina en última instancia

la conciencia social”

que es lo mismo que decir: no siempre

el socialismo es mucho más que una libreta de racionamiento

y un poema plagado de vítores, loas y aleluyas

será por eso que usted y yo hemos creído siempre mucho más

en los dedos machacados del herrero

que en el Instituto Intergaláctico de Estudios Marxistas

por que si Marx (y es bueno que lo digamos)

se cogía a la mucama

no era seguramente por una cuestión de clase

sino por que le gustaba

y en verdad

celebro alborozado que así halla sido

porque nosotros los poetas del pueblo

sabemos (aunque muchos lo desmientan)

que coger “es revolucionario”

y aun más

si el mundo cogiera más y mejor

quizás no habría guerras

ni hambre, ni jefes, ni patrones

solo amantes y cornudos, no es así?

y es que la vida es una sola

y usted mejor que yo sabe, compañero poeta

que nunca nos conformaremos con menos que vivirla

fumemos entonces y bebamos camarada

Vladimiro del Pueblo, Futurista

que nuestra conversación rece indefectiblemente

acerca de la firmeza incitadora de los pechos de María

del vodka, de las mieses y las uvas de marzo

de los ocasos y amaneceres que los pájaros celebran

(de los efectos de la luz sobre las cosas)

también por supuesto, del hospital

la escuela y el soldado

del cincel y del martillo

del gerundio, del tablado y el óleo subversivo

tal vez de algún negro tambor rioplatense

o las cuerdas del laúd que vibraron en Andalus

hablemos hasta la emoción y no dudemos

escribamos en estas mugrosas paredes

un poema repartido y cotidiano

para que al cabo de cien años (como usted dijo, maestro)

con una sola estrofa se pueda rememorar este tiempo

dediquémoslo pues a las mujeres y hombres sencillos

que sudan bojo el sol y le cantan a la vida

y que sea para el horror de los burgueses estetas

y memoria del olvido

bebamos, cantemos y bailemos, camarada

rompamos los vasos y las sillas (no me importa el cantinero)

el verso vilipendiado

salió de juerga con su carabina al hombro

(dejemos al funcionario con sus planillas)

pero antes de que esto se torne un soliloquio de borrachos

brindemos, querido Vladimiro Vladimirovich

por la total, absoluta e irrestricta emancipación del hombre

por el futuro y nuestros muertos

por la locura necesaria y los excesos

por la fe inquebrantable en los principios

y los puentes incendiados de la retirada

por la vida

que lo es todo, Vladimiro

y el día que ante la revolución triunfante

me pidan el carnet comunista del Partido

yo como usted, si me permite

levantaré bien alto y sin ninguna afectación

los 100 tomos

de mis obras completas

y porque no también

el corpiño

de María.

armando de magdalena

esta es la introducción de la que les hablaba


“Maiacovsky y la Revolución” (o “La Paradoja de Kronos”)

Maiacovsky es sin dudas un personaje apasionante. Sinónimo de revolución no deja de ser su vida una paradoja de aquello que lo atravesó y que de tanta vida terminó fulminándolo.

Canonizado por el stalinismo se pegó un tiro en medio de la angustia que seguramente genera ver vulgarizado y prostituido un sueño que ya de muchacho lo había cegado con la claridad y la nitidez de su imagen. No era él, a diferencia de otros, un artista arribado a una revolución encaramada, un oportunista o un desprevenido tratándose de acomodar a un canon que, aparentemente, nacido de la nada se convertía en oficial imperante. No. Él había nacido al arte y a la vida como revolucionario y en todo caso fue ese arte y esa vida (indisolublemente ligados) un aporte más a una empresa de vastedades cósmicas llamada revolución... empresa colectiva, empresa singular, empresa titánica, definitiva, donde no hay espacio nunca para la inacción mucho menos para el intento más elemental de preservarse… “los verdaderos comunistas son los que queman los puentes de la retirada” había escrito en su “orden número 1 a los Ejércitos del Arte”, y así (simplemente) de esa forma vivió y murió Vladimiro Vladimirovich Maiacovsky, un montañés georgiano que con una voz atronadora, una camisa amarilla y una metáfora lacerante pretendió con éxito conmover y arrastrar a propios y ajenos. Por eso quien estudie la vida de nuestro poeta verá que aún en sus peores mementos (los de las agrias discusiones con funcionarios y artistas de lo que después sería el realismo socialista) Maiacovsky es respetado incluso cuando se lo descalifica o se lo hiere de manera mortal. No es vanguardista de gabinete, un chico original e ingenioso, Maiacovsky era una montaña de hierros retorcidos que venía bajando del cielo mismo donde generaciones y generaciones de escarnecidos, de obreros explotados y campesinos misérrimos habían levantado sus súplicas sin que obrase señal de un Dios sino justiciero al menos piadoso que los liberara de tan antiguo sufrimiento. Y es que Maiacovsky fue un bolchevique de la primera hora que estuvo varias veces preso en la época zarista tanto por su actividad artística como por su actividad de simple militante de un partido insurreccional y clandestino que estaba dispuesto a vencer o morir[1]. Su opinión no era entonces una mera opinión, su arte no era entonces un mero arte, era la opinión y era el arte de un artista integralmente revolucionario, inobjetablemente revolucionario, visceralmente revolucionario, escupido, silbado, amado por las masas… iconoclasta natural, jamás pasó sin que la tierra o las estrellas lo notaran.

II

Maiacovsky entró al arte a través de la pintura (no de la escritura). En el año 1910 adolescente aun y recién salido de la cárcel, ingresa en el Instituto de Pintura, Escultura y Arquitectura, de donde saldrá hecho un gran poeta (no pintor). Y es que en ese paso por el Instituto, Maiacovsky conoce a uno de sus grandes amigos y también socio en la aventura de buscar un lenguaje para la revolución. David Burliuk pintor considerado hoy el padre del futurismo ruso fue quien descubre al poeta genial que se oculta en el pintor insipiente. Así, de la noche a la mañana nace “el gran poeta Maiacovsky” tal el modo en que Burliuk presentará al pequeño gigante de las montañas a todos los heresiarcas del cubofuturismo ruso. Un futurismo que a diferencia de su pariente italiano (de quien es hijo bastardo) se homologará a la revolución social y al internacionalismo proletario y no al fascismo. Influenciado por Braque y Picasso con un marcado interés por las tradiciones del pueblo ruso, el futurismo ruso naciente no deja de ser futurista en su nihilismo, su amor a la máquina y a la tecnología y la ciencia que liberarán al hombre (tal era su creencia) y de ningún modo lo esclavizarán como podría (y de hecho lo hizo).

A los 19 años Vladimiro Maiacovsky firma el manifiesto “Bofetada al gusto público” con el que pensaban conmover a las masas y horrorizar al mismo tiempo a los grandes popes de la falsa vanguardia y de la cultura aceptada y estatuida. Estos cubofuturistas (escindidos ya de los “egofuturistas” capitaneados por le poeta Severianin), querían llevar las teorías de Marinetti a sus más audaces y últimas consecuencias. Revistaban en sus filas, además de Burliuk, su hermano Nicolás y los poetas Klebnikov y Kamenski. En1910 se habían dado a conocer a través de su revista “El Grupo de los Sentenciados” pero no dejaban de ser un grupo estrafalario muy similar en sus logros iniciales y costumbres a los de otras cofradías y sectas como los dadaístas o los surrealistas de Bretón y Tzara. A este grupo de verdaderos “provocadores” se sumó Maiacovsky y más tarde lo harían de uno u otro modo hombres con el pintor Marc Chagall, Malevich, el cineasta Sergei Eisentein, el poeta Boris Pasternak y el director de teatro Usévolov Meyerhold, y muchos otros que de una manera más o menos comprometida militan el credo estético o político de esta incipiente vanguardia.

La adhesión de Maiacovski al futurismo ya le planteó desde el comienzo una serie de problemas estético filosóficos que no siempre resolvió y que parece arrastró como un castigo hasta el fin de sus días: cómo conciliar un arte para el pueblo (en el sentido liberador del arte) y ocupar las nuevas formas expresivas? Maiacovsky vivirá obsesionado por esta tensión que de hecho es la principal crítica y descalificación que le harán los futuros popes del “realismo socialista”. De ahí su animadversión a hombres como Gorki a quienes considera verdaderos subestimadores del pueblo ya que con su realismo ramplón corren el riesgo de dejar fuera del hecho comunicativo que entraña todo arte el imaginario de quien lo recepta. Es muy interesante sobre este particular conocer el concepto que marxistas como el peruano José Carlos Mariátegui (anteriores al fenómeno) tenían del realismo. Es decir (de manera vulgar y harto sintética) la realidad no excluye ni debe excluir la fantasía. Ese concepto fotográfico en el que se basaba el realismo socialista (mas allá de sus logros concretos… que los tuvo) se funda en un materialista vulgar que ya empezada a imponerse como canon en el marxismo soviético. Un marxismo (Plejánov por medio) que veía a la realidad como una mera refracción de la materia. Este modo de concebir un arte revolucionario terminó siendo una especie de crónica “de muerte anunciada[2]” para las búsquedas y anhelos estéticos de hombres como Maiacovsky, como Chagall, Malevich, Kandinsky y tantos otros: el realismo socialista significó una vuelta atrás en el juego de la representación del arte, ya que volvió en cierto punto al ideal grecolatino del culto al cuerpo humano (idealizado por cierto). Esa “mera refracción” que era la realidad para los marxistas vulgares, tenía que ser en el caso de la sociedad soviética la representación exacta e idealizada del obrero, del campesino, del soldado, del héroe. No es casual que el nazismo y el fascismo compartan los mismos criterios estéticos que el realismo socialista: el ideal heroico, el monumentalismo son parte de la mitología de ambos.

Maiacovsky por el contrario esta sin dudas mucho mas cerca (estética y conceptualmente) de las corrientes europeas como el dadaísmo, el expresionismo, el surrealismo, el fauvismo y obviamente del futurismo italiano, de quien ya hemos dicho se diferenciaba solamente en su punto de llegada. El arribo de Marinetti a Rusia en 1914 fue la carta consagratoria de los cubofuturistas rusos ya que el escándalo que le montaron al italiano irrumpiendo disfrazados en una de sus conferencias, increpándolo e interrumpiéndolo (razón por la cual fueron desalojados de la sala) fue lo que los hizo emerger del anonimato donde se encontraban. El hecho fue reproducido por la prensa y tomado como tema de varias publicaciones humorísticas, lo cual hizo de los estrafalarios artistas personajes famosos para el pueblo trabajador y rivales de tener para las elites oficiales de la cultura.

III

Ya un año antes de este hecho iniciático los cubofuturistas habían conseguido adueñarse de un recinto donde reunirse y mostrar su arte. El cabaret “Linterna Roja” era la prueba de que los cubofuturistas no se detendrían a las puertas de los teatros ni respetarían espacio alguno de todos aquellos que antes estaban solo reservados para los artistas “del arte por el arte” Querían montar un espectáculo agresivo, que diera que hablar que provocara la reacción de los espectadores. El resultado fue “Primera actuación en Rusia de los creadores del lenguaje” grandilocuente nombre para lo que fue no más que un intento (fallido por cierto) a pesar de que participaron en el David Burliuk y Casimiro Malevich (quienes diseñaron y pintaron la escenografía). La obra comenzaba con los versos del poeta Krutchonyk, que recitaba una serie casi interminable de extravagantes versos mientras arrojaba té caliente a los espectadores de las primeras filas de butacas, y se cerró con la actuación de Maiacovsky, que pronunció una conferencia “El guante” en el transcurso de la cual simulaba sacar de cada uno de los dedos de un gigantesco guante que llevaba en su mano derecha, como si fuera una especie de prestidigitador versificando sobre el maremagnun de la realidad rusa prerrevolucionaria. Esta intervención de Maiacovsky recibió (a diferencia de la obra) muy buenas críticas en relación a sus capacidades actorales. Razón por la cual Maiacovsky se decide a montar una serie de obras que serían el inicio de su largo y fructífero camino de dramaturgo.

En 1913 se estrena “la rebelión de los objetos” de Vladimiro Vladimirovich Maiacovsky en el Luna Park de Petersburgo, por la compañía del Primer Teatro Futurista del Mundo, integrada por estudiantes aficionados, representando el propio Maiacovsky el personaje principal. Ya en esta primera obra puede notarse las futuras tendencias del teatro espectacular de Maiacovsky: monodrama en dos actos donde interactuaba con gigantescos y horrorosos muñecos al mejor estilo circense.

Puede decirse que el teatro fue para él fundamentalmente “espectáculo”. Allí hizo confluir todo lo multifacético de su arte, desde sus dibujos ilustrando personajes, vestuarios, y escenografías; la confección de los textos, la dirección, el afichismo de las publicidades. Esta espectacularidad del teatro de Maiacovsky coincide también con el monumentalismo y el constructivismo como corrientes propias y características de la Rusia leninista. Decorados como el de “Misterio Bufo” que presentamos hoy a ustedes tienen esa monumentalidad. Otra faceta de esa espectacularidad son sus obras de teatro montadas en circos, con la participación de payasos y acróbatas: “Moscú Arde” que también presentamos en este volumen es un alto ejemplo de esta influencia nacida tal vez al mismo tiempo que su amistad con el gran payaso Lazarenko. En “Moscú Arde” trabajan toda una compañía circense entera, la acción (que da cuenta de la fallida revolución de 1905) transcurre en la arena del circo con barricadas, cargas de cosacos a caballo, persecuciones de la policía a los obreros y activistas por los trapecios etc etc.… todo eso que hoy nos asombra de algunas compañías de teatro de “ultima vanguardia” ya lo hacía Maiacovsky en 1920… “Moscú Arde” termina cuando la arena del Circo se inunda completamente con agua (por sorprendente que suene).

En este mismo hilo de creación escribió varios guiones de cine y protagonizó algunas películas. El cine para Maiacovsky era un arte en busca de su autonomía. Si el teatro era espectacularidad el cine era tecnología, el uno empezaba donde terminaba el otro pero era sin duda este último el arte del futuro por excelencia. Los guiones que escribió no fueron menos polémicos que sus conceptos. La mayoría (como el de “Maruxa se ha envenenado”) atacaban no ya al capitalismo, al incipiente burocratismo, sino al propio aburguesamiento de la clase obrera rusa. Maiacovsky responsabilizada al cine mismo de ser uno de los principales instrumentos de ese aburguesamiento, ya que el cine soviético de aquel entonces prácticamente se dedicaba a distribuir y proyectar películas norteamericanas que obviamente reproducían el esteriotipo social capitalista. El Cine en el que cree Maiacovsky, Meyerhold, Esenin es en un cine destructor de las anteriores estéticas, un cine del futuro de la humanidad y de las grandes gestas que lo llevaron a ese futuro corporeizándose día tras día bajo sus propios pies en un proceso fantástico y orgiástico llamado revolución. He ahí el interés de Maiacovsky por el cine ya que junto al teatro (mucho más que él) era un arte de masa por un lado y de futuro por el otro. Su eterna musa Lila Brick pertenecía también a este mundo de la imagen y el cine.

IV

Vemos entonces que la poesía de Maiacovsky no se quedó circunscripta en los moldes estróficos sino que adquirió diversas formas que el seguramente concibió como los diferentes dedos de una mano que se esforzaba en alcanzar un único objeto: pintura, cartel, teatro, cine, ensayo, periodismo, conferencia o poema, son sólo piezas de un único arsenal vital, de una única estética, de una única ética, de un único sueño que busca consumación y lo traspasa.

De las muchas cosas que se pueden decir de la poesía de Maiacovsky en tanto escritura (tanto lírica, épica, o de corte intimista o político social) siempre me ha llamado la atención algunas formas como las “conversaciones” imaginarias de las que se valió para saldar sus cuentas con el pasado el futuro o el presente. Debo confesar que en mi caso particular me he apropiado muchas veces de este recurso y el poema Tovarish que cierra lo que aquí hemos antologado es un doble homenaje porque es precisamente una “conversación con Maiacovsky”… su poesía es en cierto punto sicológica, es en cierto punto coloquial sin dejar de ser esencialmente lírica ya que el yo de Maiacovsky es el núcleo mismo de su arte: No un yo totalmente individual, sino un yo que se ofrece como material sensible que mediatiza la gesta y la descompone emocionalmente, para que pueda ser percibida en cada una de los elementos que la componen, por el común. Es una especie de desmitificación y de construcción al mismo tiempo de un mito totalmente humano, totalmente al alcance y en las posibilidades de los hombres simples, de las mujeres simples, esos que crean la riqueza con su trabajo y que son los llamados a adueñarse del futuro de la humanidad. Hay también una dimensión conceptual importante en su arte y no pocos poemas son verdaderos ensayos, manifiestos políticos, estético filosóficos. Si no conociéramos la vida de Vladimiro podríamos decir que alguno roza el panfleto, pero al igual que con Miguel Hernández o Roque Dalton no podemos hacer tal aseveración, por que Vladimiro no es un literato de la revolución, tampoco (y parafraseando a Cortazar) un revolucionario de la literatura, sino que es esas dos cosas pero es también un revolucionario verdadero protagonizando una gesta revolucionaria. El arte es arte para Maiacovsky, pero también un destacamento combatiente, una trinchera fundamental de la batalla, ya que en ella no se combate con sólo razones, sino también con emociones, con sentimientos, con actitudes: Esto se refuerza con el hecho de que no sólo creo un arte, sino que además lo militó, y en esa militancia de su arte y de su credo estético filosófico, estaba implícita de manera indisoluble la revolución en marcha. Al punto que su labor propagandística en aquellos primeros años fue determinante. Recorrió, Europa, EEUU y América latina dando conferencias y desplegando su arte. Este aspecto de la vida de Maiacovsky es el menos evocado pero es en definitiva el que por sí sólo habla del compromiso y el ascendiente que Maiacovsky tuvo con la revolución y su vanguardia. Como hemos dicho al principio la lenta vulgarización del marxismo que se volvió característica de la etapa pos leninista, tuvo su correlato en el arte. Ambas cosas estoy convencido son las que unidas a circunstancias personales (como su separación de Lila Brick) fueron minando lentamente no su espíritu, sino su ímpetu. La prohibición de su obra “Los Baños”, las críticas no autorizadas de algún mediocre recién llegado, o seudointeligente funcionario de esos que no saben ni cuando aburren, terminaron agriando su espíritu de tribuno, su voz de coloso inquisidor, su verso de hélice silbante. Amigo, camarada o par de los mas grandes entre los grandes: LunacharsKy, Malevich, Burliuk, Esenin, Meyerhold, Lazarenko, Gorki, Stanislavski, Lila Brick, Marc Chagall, el filólogo Román Jacobsón (y tantos otros), fundador del movimiento artístico literario “Frente de izquierda” (LEF), entregó un día el carnet del Partido para hacer “arte socialista”. Un 25 de marzo de 1930 en la Casa de la Juventud Comunista de Krasno Preensaya, mientras hablaba de sus “20 años de labor” alguien le preguntó: -Camarada Maiacovsky, por qué estuvo en la cárcel? Alo que él contestó: - Por pertenecer al Partido Comunista, pero eso fue hace ya mucho tiempo. – Es usted miembro del Partido Comunista? – No, no soy miembro del Partido Comunista. – Es lamentable (respondió el joven) a lo que Maiacovsky replicó: - Yo no lo considero lamentable… en la vida fui adquiriendo una serie de costumbres que no se concilian con el trabajo organizativo. Tal vez un prejuicio salvaje, pero tuve que luchar tan encarnizadamente, me han combatido tanto… Hoy ustedes me llaman “su poeta”, pero hace nueve años todas las editoriales se negaron a publicarme “Misterio Bufo” y el jefe de la Editorial de Estado me dijo: “Yo estoy orgulloso de no publicar semejante porquería”… Yo no me separo del Partido y me considero obligado a cumplir todas las resoluciones del Partido Bolchevique, aunque no tengo el carnet del Partido. Ese era Vladimiro Maiacovsky: un bolchevique de los días de la insurrección que un día entregó el carnet para hacer “arte socialista”: Para qué un carnet? Su poema “A plena voz” finaliza con estos versos:

Ante el Comité Central

de los años preclaros venideros

por encima de una banda

de vividores y fulleros

yo levantaré

como carnet bolchevique

todos, los cien tomos

de mis libros partidistas.

Por eso es muy importante resaltar este aspecto: Maiacovsky ya era un artista revolucionario antes de la insurrección de octubre de 1917. Su credo anticapitalista nace ya en ese tiempo junto con su arte mismo, pero una vez instalada la revolución Maiacovsky abrirá otros frentes sin abandonar el primero (o mejor dicho como consecuencia de este). El arte no por radical deberá de ser arte… lo nuevo no por nuevo deberá ser inauténtico. Maiacovsky combatirá las concepciones extremas y sectarias (pseudo nihilistas y pseudo revolucionarias) que en nombre de la revolución y del realismo no hacían más que subestimar la sensibilidad y la inteligencia natural del pueblo y se convierten por ese camino en mesiánicas y paternalistas nacido del capricho de un mediocre funcionario o iluminado dirigente, en la asepsia inmaculada de los gabinetes: un arte masticado y predigerido convenientemente, que no genera conflicto en el que lo recepta, sino que se convierte en espejo de una realidad irreal (inexistente) porque no es más que pura expresión de deseos de un pretendido futuro idealizado.

Como ya dijimos tras su trágica muerte Stalin lo canoniza como “el poeta de la revolución” por eso sugerí como título alternativo a esta introducción “La paradoja de Kronos”… y la paradoja de Kronos, aquel dios griego del tiempo, es que Kronos se devoraba a sus hijos porque ellos eran los destinados a destronarlo y a sucederlo… cada hijo nacido del Dios era la constatación de su final. Así creo que pasó con Maiacovsky y la revolución de octubre: un revolucionario sin carnet (es decir sin otra disciplina que sus principios revolucionarios) es algo peligroso para todo canon… pero más aún para aquellos que tratan de tergiversar o desvirtuar el origen que los justifica y del cual han nacido. Son los hijos de Kronos los que le ponen un tiempo al tiempo (es decir a su padre). Por eso el maltrato y la incomprensión no es el precio sino la explicación de la genialidad de Maiacovsky, de su eficaz subversión de todo aquello que merecía ser destronado del reino del porvenir… cuando creyó que esa batalla estaba perdida es seguramente cuando decidió pegarse un tiro en un oscuro callejón con el revolver español que había usado en mil comedias… visto de ese modo hasta su éxito y consagración postrera resultan insultantes. De todos modos más allá que en su carta de despedida exime del hecho a todo ente ajeno a su persona, creo que la decisión de quitarse la vida fue un último gesto del artista, la eximisión una última afirmación de su libertad. Lo cierto es que ese fue su último representación y cada uno (como buen receptor) habrá de interpretarlo en su propia polisemia.

Vladimiro Vladimirovich Maiacovsky es la revolución bolchevique de octubre y es también uno de los grandes artistas del siglo. Haber curado este libro no deja de ser un gran honor y una gran satisfacción, pero más aun lo es traérselo a las jóvenes generaciones de hoy para su asombro y su deleite.


[1] Maiacovsky estuvo preso por primera vez a los 13 años acusado de ser parte de una imprenta clandestina de los bolcheviques, luego es detenido en varias oportunidades más la última 4 años después acusado de organizar una fuga de la cárcel de mujeres.

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